miércoles, 9 de abril de 2008

Que llueva, que llueva…

Lo estoy viendo, me lo veía venir. Deseábamos que lloviera, y la sequía nos estaba aguando la temporada primavera-verano. Unos llorando por las esquinas, y otros recogiendo las lágrimas para chupitos. Iban a empezar a cobrar las jarras de agua a precio de petróleo, y los cubitos de hielo a 1 euro cada. Pues nada, empieza a llover, y se acaba el mundo. Nos hundimos ¿En qué quedamos?

En Madrid, que de por sí ya es una ciudad como para salir con paraguas por si acaso, aunque no llueva, parece que se ha declarado una zona de trato hostil. O varias. Ayer pude comprobarlo. Esperaba a MariCast en el Pans de Gran Vía, enfrente de su oficina. Venía andando desde Plaza de España. Y acredité este hecho: aquí la gente anda rápido, un rasgo autóctono como la verbena de la Paloma. Humildemente, diría que demasiado rápido para los que somos de pasos cortos. Pues constaté que cuando llueve, la gente se desplaza aún más veloz y cabreao, eso es así. Sobre todo, porque mientras avanzas posiciones por tu lado de la acera, otros listos quieren hacer lo mismo y ganar la carrera. Generalmente, con cara de mala leche, y esgrimiendo un paraguas.

Esperaba, como digo a MC, y divagaba acerca de que la lluvia no le sienta igual a todo el mundo. A una servidora, depende del día. Hay días que me pilla en chanclas y es cuando pienso en Murphy y en lo tranquila que se quedaría su madre. En Gran Vía había tendencias variopintas. Gente a la que la lluvia le había pillado por sorpresa y corría a salvarse bajo los soportales. Otros, que disfrutaban del chaparrón pensando que de perdidos al río. Unos hasta chapoteaban en los charcos (estos los menos y eran turistas). Algunos a los que la lluvia les sentaba especialmente mal, y resoplaban cinco veces por minuto (cronometrado). También gente a la que la lluvia le sentaba de maravilla.


Me fijé en una chica con una gabardina marrón. Llevaba un paraguas a cuadros y una cámara de fotos. Se guareció a mi lado y cerró su paraguas. Al principio, pensé que como yo, esperaba a alguien. Pero, después encendió su cámara. Todo su afán, intuí, era tomar una instantánea con personas bajo sus paraguas. Qué paradoja, pensé, retratar desde lo seco a gente calándose a causa de la lluvia. Creo que su intención consistía en reflejar la desesperación. Las malas caras y lo mal que nos sienta la lluvia, o lo bien que quedamos en foto cuando agarramos un paraguas. No lo sé. Entonces, un chico me sacó la lengua y le vi hasta los empastes. Pensé, con una sonrisa difusa, en lo animada que se vuelve la gente cuando está mojada hasta los huesos. Miré a la chica de la gabardina marrón, y acababa de sacar una foto. Espero que fuera al chico de la lengua, y no a mi cara de tonta.

1 comentario:

Nootka dijo...

Me encanta la lluvia en Gran Vía y calles adyacentes.
Y la próxima vez saldré con una cámara y te perseguiré.
Lo publicaré todo y el mundo sabrá por fín quién eres.
Un beso, guapina!!